Mi querida hija, todavía no llegas a esta tu casa que, por caprichos de la vida te tocó nacer en Guadalajara, Jalisco, México. Ya con eso te puedo decir muchas cosas, pero sobre todo te pido una gran disculpa.
Una gran disculpa porque este es un México ensañado con las mujeres, a mí como tu padre, me da pavor, me da miedo, y sobre todo impotencia, así como tu madre, tus tías y tus abuelas, tienes un gran legado de ser echadas para delante, la fuerza de la familia no viene de los hombres, viene de las mujeres. Ya lo verás cuando te contemos de ellas, sepas de ellas y te abracen y te besen. Los hombres de la familia, fuimos normales.
Te debo otra gran disculpa, porque no he sido hábil en poder tener un México más pacífico, en el que se pueda vivir en paz, en cambio, de vivir, muchas de las veces se sobrevive, sobre todo si eres mujer.
Caminaré a tu lado, te protegeré, pero en este país tan proclive a la autodestrucción de sí mismo, que no comprende que matar una mujer es matar el futuro, creo que mis fuerzas serán insuficientes para protegerte de la vorágine que es la violencia en contra de las mujeres.
Sin embargo, en los pantanos más espesos nacen las flores más hermosas, y en ese pantano que es México nace una flor muy hermosa, la lucha de las mujeres por sus derechos, por un ¡ya basta y déjenme vivir!
Y ese grito fuerte y potente de ayer en varias partes de México –siendo precisamente el 17 de agosto–, mujeres se levantaron en paliacates verdes y armadas de brillantina rosa a dar ese golpe en la mesa y decir ya basta.
Te platicaré cómo intervinieron de manera artística el Ángel de la Independencia, mientras que otros te quieran vender la idea de que lo vandalizaron, pero no les hagas caso, que el genocidio por aquiescencia es más cruel que la intervención artística con latas de aerosol y un poco de brillantina rosa.
Te platicaré cómo muchas mujeres se unieron para protegerse en contra de todo lo que es México, sus instituciones, sus policías, sus militares, pero sobre todo, sus conciudadanos, la mayoría hombres que no tienen dos dedos de frente.
Te pido perdón por que te trajimos a este México con la esperanza de que tengas y puedas vivir todo lo hermoso que hemos visto y vivido, sus atardeceres, sus mañanas, sus tormentas, sus calditos de pollo, y sus tostadas de lengua en salsa roja con repollo.
Quiero que vivas y camines sin problemas, que puedas ver al frente sin tener que ver por encima de tu hombro con miedo, quiero que veas y vivas el presente, sin pesar del pasado y sin miedo al porvenir. Que no encuentres oscuridad, que exista luz resplandeciente.
Yo, al final de mis días seré ceniza, negra y olvidada en una caja oscura y está bien. Pero ojalá, al final de tus días, seas brillantina rosa, irreverente, enfermizamente hermosa, porque el color que más representa a nuestro México es el rosa mexicano.